lunes, 19 de mayo de 2008

På Gjensyn!

Mi tiempo en Noruega ha llegado a su fin. Se acaba.
Un cúmulo de ropa que sobresale desafiante desde mi maleta me vigila mientras tecleo la que será la última entrada de este blog. Buf, y pensar que lo empecé hace nueve meses...¿dónde se han ido?
Ayer fue el dia nacional noruego y las calles se llenaron de alegría, miles de personas vestidas con los trajes tradicionales, como pequeños fugitivos que hubiesen aparcado la máquina del tiempo a la vuelta de la esquina. Bullicio, bandas de música con bombín, norias, barracas, tiro al blanco, perritos pilotos de ojos rojos que caminan frenéticamente en la tapa de una caja de zapatos, niños, interminables tiras de golosinas de colores que no tienen nombre, rollitos vietnamitas en lugar de churros, tómbolas silenciosas y cucuruchos de papel en vez de palos para enroscar el algodón de azucar.
Todo el mundo estaba contento, banderas de Noruega por todas partes y tú no podías despegarte la sonrisa de la cara, que ya hasta te dolían las comisuras de los labios, porque en lugar de aire había alegría.
Es un país brillante, acogedor, inóspito, duro y hermoso hasta doler y al irme sólo siento como si estos nueve meses no me los hubiese pasado en una ciudad, sino dentro del corazón de algún gigante, quizás de ese que llamamos Tierra. Como si su silencio, su tranquilidad, su tímida alegría y su profundidad no fuesen más que el reflejo exterior de un mundo interno que yo desconocía, o del que quizás nunca me había dado cuenta, tan ocupada como estaba esquivando coches y esperando metros.
Y hoy volví a subir al monte Floyen, igual que lo hice en mi primera semana en esta ciudad. Pero la vista que me devolvió ya no era la de un territorio por explorar, sino la de algo muy mio, unas calles muy personales, una historia muy propia. Y me da pena marcharme, pero como una pena honda, como perder la inocencia para ir madurando, a pesar de que sabes que jamás sera igual, pero que es imposible e insano retenerlo.
Así que supongo que me voy feliz, aunque no contenta. Satisfecha, porque esta tierra me ha dado todo lo que yo vine a buscar sin saberlo. Plena, porque no soy yo la que decide que ya está todo dicho, sino que es Noruega, que es el Erasmus, que son los árboles verdes y el cielo azul, y los primeros rayos de sol a las 4 de la mañana, los autobuses, las monedas agujereadas, el deslumbrante reflejo del agua y el frío y zumbante viento en mis oídos diciéndome que soy libre, que todo está a apunto para echar a volar.
Yo sólo puedo aceptarlo, y no me será dificil porque sé que es la decisión de una sabia y vieja tierra, que es la decisión del corazón del mundo, quizás del mio propio.