viernes, 21 de marzo de 2008

Oslo, impresiones generales...

Pues que me he equivocado de ciudad, que le vamos a hacer.
Bergen es muy bonito, es muy cuco y es como Oviedo, muy aseado y de una belleza complaciente, pero Oslo, siendo fea, gris, cuadrada y grande tiene un encanto, un pulso, un ritmo, bueno, bueno, bueno, que me ha encantado.
Antes de nada tengo que aclarar que las visitas me invaden, y eso tiene una parte muy pero que muy buena que es que me obligan a salir de casa para hacer turismo, así que por mucho que le pesase a mi bolsillo me fuí 3 días a Oslo con una amiga.
Tres días (que en realidad eran dos, porque llegabamos muy tarde por la noche) intensos que, la verdad es que no dan para ver la ciudad aunque nosotras lo conseguimos a base de mucho café y grandes madrugones.
Os hablaré primero del movimento nocturno por eso de que el primer día llegamos ya a las 23 y ese fue nuestro primer contacto con la ciudad. Bueno, que os voy a decir, pues gente por la calle, bares llenos (era martes), gente abierta que incluso te hablaban aunque no te conociesen!! bueno, bueno, incluso había más de un bar del mismo estilo, con lo cual, podías salir de un bar y meterte en otro! En fin, una serie de lujos a los que nosotros, humildes juerguistas de Bergen, no estamos acostumbrados.
Pero la vida nocturna de Oslo no es tan siquiera comparable a la vida diurna. Qué gozada. Voy a hablaros de dos clásicos de Oslo: Vigeland y Munch. Es como ir a Barcelona y hablar de el Parc Guell y de Dalí pero mira, a cada uno lo que le impresiona.
Primero Munch.
De Munch se ha escrito de todo y más, y se han reproducido sus cuadros a diestro y siniestro, se han caricaturizado (la máscara de Scream y la cara de Macaulay Culkin en sólo en casa están inspiradas en su cuadro más famoso) y distribuido por todas partes del mundo, se han robado y copiado, se ha especulado y todos hemos visto, al menos, ese cuadro El Grito.
Pues el caso es que después de salir de la Nasjonal Galleriet tenías la impresión de conocer al tal Munch, de haber estado durante una hora en su corazón y en la yema de sus dedos, en lugar de en una sala de museo. Es impresionante.
El Grito, tantas veces visto, hizo que se me saltasen las lágrimas cada vez que me atreví a mirarlo. De un dolor sobrecogedor, el color del cielo, las pinceladas eternas, el mundo de sombras que se desvanece y la indiferencia de las figuras lejanas, todo, o nada, o yo que sé, le comprendías y no porque hiciese referencia a un sentimiento que todos hemos tenido y el artista conseguía hacerte aflorar, no, nada de método Stanislavsky, aquello era, por unos segundos convertirte en Munch y sentir a través de su piel. Y dolía.

Pero lo mismo pasaba con El Beso. Un segundo de intimidad, una pincelada cortita como si fuesen susurros de color, una sensación de comprender el inicio del enamoramiento, que sabías que no era tuyo, que era de ellos, tú sólo los veías, y te sonreías al contemplar una felicidad inocente en la que el mundo no existe y cuesta diferenciar a uno del otro. Ahí te sientes Munch. Y es dulce.


Y luego La Madonna y La mañana Siguiente, entiendes cómo Munch adoraba a las mujeres como quien adora a un ser extraño por el cual está fascinado. Porque no las entendía pero las venerabas así, en sí mismas, en su intimidad, viéndolas desde fuera, sin otorgarse a sí mismo ninguna importancia en esa fascinación. Al verlos entiendes a Munch. Y le respetas.





Y muchos otros cuadros, en los que comprendes que no culpa a las mujeres ni las pinta como la caja de pandora de toda relación, como habitualmente se oye por ahí. Simplemente expresa el sufrimiento que una relación humana puede llegar a causar, la infelicidad que embarga a esas dos personas unidas por ¿amor? ¿necesidad? quién sabe...Y sientes como Munch. Y sientes lástima.
Pero luego, tras multitud de cuadros oscuros, de dolor, de sufrimiento... Llegan sus cuadros de madurez, de vejez. Llenos de colores, con pinceladas largas, pero ahora alegres, con formas difusas, con grandes espacios en blanco, simplemente como si la vida fuese un sueño, nebuloso, pero lleno de energía y de alegrías. ¿Chocheaba Munch? Muy probablemente, pero te dejaba un regusto de esperanza, ya no temía a la muerte, ni al dolor, simplemente se alegraba de la vida, que al fin y al cabo es lo único que podemos hacer.
Bueno, perdonad que me ponga poética, pero realmente le recomiendo a todo el mundo que una vez en la vida se enfrente a una sala llena de cuadros de Munch, sin prisa, y luego ya hablaremos de poesía.

Y luego Vigeland. Otro que tal baila. Es menos famoso que Munch, pero deu n'hi do, que dirían los catalanes. De Vigeland hay miles de millones de estudios, y mucho más de su parque, a las afueras de Oslo, cientos de hectáreas de terreno con un corte majestuoso, casi de estado totalitarista, y salpicado aquí y allá con 210 estatuas del tal Vigeland.


Es un canto a la vida, miles de figuras humanas, recias, cuadradas, de grandes manos, en posiciones totalmente cotidianas, nada de poses, nada de artificio, sólo amor, odio, ternura, preocupación... Puedes reconocer toda una historia, tan sólo por un gesto. Cuando pasas entre ellas, grandes moles de granito, casi les pides perdón por perturbar su momento íntimo congelado en el tiempo.


En medio del parque un gran monolito de granito construido con cuerpos entrelazados se eleva hacia el cielo. Un símbolo de triunfo tan característico, que ensalza la vida y al género humano, sin importar sexo o edad, donde todos los cuerpos unidos unos a otros nos recuerdan que no hay tantas diferencias, que todos formamos parte de la misma locura de vida. Y a su alrededor cientos de personas de granito, niños, abuelos, jóvenes, padres e hijos, jugando, susurrando, amando, recordándonos la gran cantidad de facetas de ese ser precioso que llamamos humano.

Y luego, por aquí y por allá, el círculo, el cadrado y el triángulo, las estructuras geométricas básicas que constryen el trazado del parque. Una vez más personas, desnudas, grandes y pequeñas, enfadadas, tristes, alegres, serias, imperturbables y ajenas a todo, pero entrelazadas hasta la fusión, como ocurre en la vida.

Al pasearte por el parque de Vigeland sales con la sesanción de que la vida es algo más de lo que vives cada día, sólo que se te olvida. Que es maravilloso que seamos tan diferentes pero que al mismo tiempo tengamos tantas caras y nos necesitemos tanto los unos a los otros, porque eso sólo significa en el fondo, que formamos parte del mismo monolito de piedra esculpida.

En fín, en Oslo hay muchas más cosas que ver, mucho más que sentir, pero tampoco voy a hablaros del teatro que vio crecer a Ibsen, ni de su casa, ni del parlamento o la casa real con su cambio de guardia incluida... Todo eso os lo dejo a vosotros, para cuando os acerqueis a una pequeña ciudad con mucha vida, en todos sus sentidos.

2 comentarios:

anna dijo...

deu n'hi do si! deu n'hi do lo que llegas a trasmitir de estos dos artistas en tus letras, y las ganas que cogen de vivir sus obras!

al mismo tiempo, no sabes lo que me alegra seguir viendo que esa esencia sofilonguilla con la te adentras en cada cosa que ves, sigue ahí.

petonets!

Anónimo dijo...

Gracias, Sofía, por ir, por contárnoslo, por traducírnoslo... Y perdón por no haberlo leído hasta hoy, siento que lo he desperdiciado. Pero sigue estando ahí, recuperaré el tiempo perdido. Más gracias
Mª Dolores