jueves, 20 de diciembre de 2007

Transcripción del diario de viaje II...

Aquí estamos, en una cabaña cómodamente caótica. En general todo ha sido plácidamente descontrolado. Tenemos una tarjeta de Tromsbuss personalizada con foto, así que nos sentimos un poco más ciudadanas.
Desde luego ésta no es la época del año para la oficina de turismo. Visitamos el museo botánico más septentrional del mundo que nos desconcertó bastante. Al parar con el bus nos encontramos con un gran cartel que nos indicaba una ruta a pie hasta el jardín en cuestión. Eran las 4 de la tarde y aquello estaba tan oscuro como el lado de la fuerza del Darth Vader y, obviamente, con la nieve que levantaba casi un palmo del suelo puess lo de encontrar el sendero se hacía más duro que de costumbre. Confiando en la amabilidad de extraños, seguimos unas huellas en la nieve a través de un oscuro bosque desnudo y llegamos al jardín botánico. Nos dimos cuenta por el gigantesco cartel que nos daba la bienvenida al susodicho, pero allí el único rastro de plantas eran los cartelitos con largos nombres en latín ( imposibles de leer, obviamente, porque era de noche cerrada). Pero así y todo era impresionante, y no por nada, sino por todo.
También fuimos al museo de arte (kundstmuseum) pero vaya, decepcionante, porque tú dirás... todos los pintores románticos noruegos se parecen peligrosamente a los cuadros que cuelgan los abuelos de grandes paisajes y cascadas salpicantes congeladas en el tiempo, vamos, una pena.
Así, resumidamente, llegamos, después de mucho deambular, a nuestra pequeña gran mansión. Es una especie de barracón en el mejor sentido de la palabra. Es precioso. Muchas casitas de colores de madera (para variar) todas iguales e interconectadas. Pero aquí les cuidan: que si sauna, que si todo nuevo, que si habitación para invitados por 100 nok/noche, que si lámparas para sustituir las vitaminas solares, que si pastillas con el mismo fin, que si universidad conectada por túneles subterraneos y estudiantes descalzos... Vaya, que esto es la noruega profunda. Y ayer (tercer día en Tromsø) nos empeñamos en ir al funicular que nos habían dicho que tenía unas vistas magníicas desde arriba. Eso supongo que nunca lo sabremos, porque, contradiciendo la información de la oficina de turismo y de la guía de viaje puesss... estaba cerrado. Así y todo el entorno era apasionante. Ni un ruido, ni un movimiento... sólo nieve. Nieve, nieve blanca, engañosa, blanda y dura, suave y fría. Se extiende ante tí por todas partes como una hoja en blanco donde escribir tu historia. Y yo siempre le he tenido un poco de respeto a la página en blanco. Porque no puedes hacer cualquier cosa, mejor piensa dos veces cuáles serán tus pasos, a dónde te diriges y por dónde irás, porque aunque tú te hayas ido, tus huellas quedarán ahí, en la nieve, hasta que otra nube tenga a bien borrarlas con un nuevo manto níveo. Tus huellas podrá ayudar a otros mostrándoles el camino, sirviéndoles de apoyo para no resbalar... pero también dirán mucho de tí, de lo que hicíste, de qué pensaste, de cómo lo hiciste... revelando incluso aquello que tú no querías decir. Y lo dejarás ahí escrito. Por eso vale la pena ser cuidadosa en cada movimiento, porque cada uno de ellos tiene su importancia.
También visitamos la Artic Cathedral, pero vaya, ni mención merece. Conocimos a una noruega enamorada de España (para variar) en la parada de autobús que nos invitó a ir a verla bailar swing a un bar esa misma tarde.
Pero no pudimos porque llegaron el resto de las viajeras y prefirieron quedarse a descansar.
El caso es que no paró de nevar y ahora ya no te resbalas (tanto) en la calle, pero hace más frío y un viento afilado que corta tus extremidades.
Y yo tan contenta de haber venido en ésta época del año. Cualquier otra temporada hubiese sido un dulce engaño. De esta manera tal vez no podemos ver ningún museo, pero la misma ciudad y la naturaleza se convierten en un museo viviente. Se respira la navidad, que aquí no parece falsa ni consumista. Se respira tranquilidad, silencio...incluso la fe se convierte en un elemento básico de la vida cotidiana cuando tienes que esperar el autobús en una calle llena de casas aparentemente deshabitadas, sin ningún ser humano hasta donde llega la vista, tan sólo oscuridad y nieve, blanco y negro y una señal de "bus stop"... y así y todo esperas bajo el frío invernal porque tienes confianza en que en algún momento las luces de un autobús aparecerán a lo lejos rompiendo la oscuridad de la calle desierta.
Después de dormir ayer, hoy les hemos dado una pequeña vuelta a las nuevas guiris. Antes de reservar la super excursión de mañana: perros tirando de trineos, y de visitar el museo de la universidad (bastante bueno, por cierto) pues hemos llevado a cabo nuestra mayor hazaña: hemos caminado sobre un lago helado.
El cielo era rosa, como puede llegar a serlo la camiseta de sábado de una adolescente, y allí estaba el sol. Increible pero sí, se pasó para saludar. Las montañas intentaban ocultarlo, avergonzadas por lo chillón de un cielo tan habituado al azul, en sus distintas tonalidades.
Y allí estabamos nosotras, en medio (en realidad, más bien hacia la orilla) de un lago helado y nevado.
Jamás había sentido una descarga de adrenalina, una sensación tal de jugar con fuego como cuando pisé por primera vez esa superficie helada. Al menos ya sé lo que sintió Jesucristo cuando caminó sobre las aguas, y mola.
Después, museo de la universidad de tromsø, que tenía un montón de información y gráficos y muñecotes y trajes samis de colores. Ahí nos hemos enterado de las causas y efectos de las auroras boreales. Eso sí, en la realidad nasti de plasti. Así y todo no perdemos la esperanza.

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