miércoles, 17 de octubre de 2007

La isla Fedje

Que no, no os preocupeis, que todavía no gano tanto dinero en este país como para irme a las Fitji, así que en lugar de una paraíso tropical me he decidido por un pequeño paraiso a escasa hora y media de Bergen: la isla Fedje
Según mi gurú wikipedia tiene 7,4 kilometros cuadrados y está rodeada de 125 islitas (llamémoslas piedrotas, más bien). En Fedje viven 660 personas, pero permitidme que dude cuantas de ellas habitan allí durante el invierno, y es un enclave crucial para los pescadores.
Y con esta pequeña descripción os direis ¿se puede saber que se te perdió a tí en tan extraño paraje? Pues ni yo misma lo se, pero el caso es que a las 8 de la mañana tres coches llenos de españoles, una estadounidense, de descendencia mexicana, y una japonesa (pobrecilla, creo que no se enteró de nada) partimos con el corazón henchido y los estómagos llenos de café hacia el norte de nuestra comarca, Hordaland (las casas no están semienterradas en las colinas, pero en poco más se diferencia de la comarca de hobbiton cerrado, imagina, hasta cultivan cuidadosamente musgo y hierba en los tejados de las casas, por eso de que queden más rústicas).
Al cabo de una horeja en coche, sufriendo el martirio de la radio noruega que no se la deseo ni a mi peor enemigo, la carretera se acaba y toca coger un ferry.
Bueno, que experiencia, dios mio. Os reireis, pero me he emocionado como una tonta. Y venga a reirme y a dar saltitos... creo que mis amigs se han preocupado un poco por mi salud mental y todo. Pero es que era precioso, una sensación de poder, subida en la cubierta superior de un barco inmculadamente blanco que cortaba un agua gris oscura, casi negra, en un mar donde siempre ves tierra en el horizonte y el sol pincha las nubes dando un aspecto épico al paisaje salvaje. Vaya, una pasada, tengo fotos para aburrir, pero carezco de cable así que vosotros, habitantes de la era audiovisual, os vais a contentar con imaginároslo.
Y luego entramos en la isla. Es una isla bajita, nada de grandes elevaciones montañosas, más bien como un pedreru muy grande al que le ha ido creciendo la vegetación y las viviendas. Y las casas de madera de muchos colores agrupadas en reunión, bajando desde la pequeña colina hasta la superficie misma del agua, como un grupo de coquetas señoras que se acercan emocionadas a mojarse los pies. Y dándote la bienvenida una iglesia alta, gallarda, con su tejado gris hiriendo el viento y su cementerio de pequeñas lápidas tranquilo y sólo visitado por algún que otro gato.
Dimos la vuelta a la isla (más o menos una hora a velocidad de jubilado con colesterol alto y preescripción médica de paseo) y por lo que pudimos comprobar alli la población se deben dedicar en su mayoría a la pesca, porque no cultivan tierras, ni tienen animales (tan sólo un par de ovejas que balaban como heavies con traqueotomía). En busca de un faro, que no encontramos, nos metimos a atajar por el centro de la isla, en el que no hay nada, tan sólo colinas de vegetación donde pisas y te hundes en musgo hasta más arriba de la rodilla, y esto es literal.
Cuando bajamos del ferry la verdad es que no podíamos negar que eramos españoles porque berreabamos todo el tiempo a grito pelao. Pero poquito a poco el cansancio y el hambre fueron haciendo mella y acabamos por callarnos y darnos cuenta de que allí no se oía nada. Y cuando digo nada, es nada. Ni el ligero zumbido que acostumbras a oir, ni un coche en la lejanía, ni la conversación de dos vecinos, ni tan sólo un pájaro... nada. Sólo el soplido del viento en tus oidos, que te dice únicamente lo que tú estás dispuesto a oir.
Y luego llegas al mar, que está ahi, a tus pies, sin arena, ni vallas ni nada de por medio. Y te quedas de pie con el viento frio cortándote la cara y miras lejos y sientes la fuerza de todas las olas, movidas por el viento en arabescos dibujos, de todas las plantas, de todos los líquenes con todas sus raíces rodeando la vieja roca, de toda esa gente callada, de todo ese silencio y piensas que estas flotando sobre el agua, y que de alguna manera su fuerza también es tuya y te sientes más anciana que el principio de los tiempos.
Y es que esta es una tierra para la comunicación interior, y a veces eso nos cuesta aceptarlo. Tenemos miedo, decimos que los noruegos son aburridos, que son autistas...y aunque algo de verdad tenemos, también es cierto que en una tierra así te haces filósofo, te introspeccionas, y no por hambre, como suele pasar en nuestra cultura, sino porque éste es el país para crecer por dentro.

2 comentarios:

Javier dijo...

Digna nieta de tu abuela eres... da gusto leerte

warnon dijo...

DEFINITIVAMENTE ESTO ES INTOLERABLE!!!

Mándame un email (frcampo@teleline.es) con tu dirección, marca y modelo de la cámara y te mando un cable.